jueves, 19 de diciembre de 2013

Supervisión

Una de las obsesiones de padre (y aún más de madre), es estar alerta cada segundo para que no tengas una mala caída, no alcances a coger lo que no debes y no toques aquello que quema.

Desde que te desplazas de manera autónoma por la casa, los cinco sentidos de tus progenitores deben estar pendientes de ti.

Pero también debo decir que últimamente, gracias a que andas con mucha soltura y ya has recibido los correspondientes avisos de dónde debes y dónde no meter tus deditos, estoy más relajado cuando compartimos las tardes tú y yo (con Tango, claro) en casa.

Puedes estar jugando en el salón con tus cosas o moverte con el andador o cualquier caja por el suelo sin que yo deba levantarme del sofá. Incluso hay veces que doblas la esquina camino de la cocina, y, si me he preocupado de dejar la luz pagada, lo normal es que te escondas en la puerta unos segundos y aparezcas riéndote después de que te llame.

A no ser que esté tu madre arriba, ya no subes las escaleras gateando a ver si te pillo, si no que escalas el primer escalón, te llamo, me miras, te das la vuelta, te sientas, cuelgas los pies, y, controlando el balance de pesos, te levantas sin apoyarte y sin poner las manos en ningún sitio.



Por supuesto papá aplaude, tú te ríes y vienes corriendo a que te de un abrazo de celebración. Bueno, hay veces que repites la operación tres o cuatro veces antes de celebrarla.

Papá