jueves, 21 de noviembre de 2013

Nuestros primeros paseos

Ni frío, ni cruces, ni cuestas, ni hojas por el suelo...

La vuelta de la guardería por las tardes ya incluye un paseíto de la mano de papá sobre tus propias suelas.

Ayer la profe ya no te sacó en brazos cuando fui a buscarte. Y tu cara de felicidad era acorde a tal evento. Después de subir unas pocas escaleras, te dejé probar el asfalto de las proximidades, pero los pasos de cebra aún te llaman la atención y los conductores madrileños son somos demasiado impacientes para permitirte disfrutar a tu ritmo de ellos, así que en brazos de papá otra vez (la silla ya ni la llevo; no la quieres ni ver)

Una vez superado un tramo de aceras estrechas y demasiados bordillos, llegamos a nuestra calle: larga, recta, con árboles y hojas y entradas individuales a casas de los vecinos. Una gozada, a tu entender.

Te cuesta contener la emoción y te aceleras al tocar el suelo con tus pies. Pero vamos controlando el ritmo para ir sincronizados agarrados de una sola mano. A tu ritmo. Al igual que a Tango, te apetece parar en cada árbol, por motivos diferentes aunque semejantes (examinarlo todo, él con la nariz, tú acercas peligrosamente la mano a todo lo que ves), pero lo más divertido fue cuando nos ADELANTÓ una pareja de ancianos (el hombre iba con bastón y todo) y te empezaron a decir tonterías. Te entró la vergüenza y te escondiste entre mis piernas...

Por supuesto, al llegar a casa, te empeñaste en subir las escaleras andando. Una a una.

Hoy, más.

Papá