martes, 26 de noviembre de 2013

Gracias por enseñarme a tener paciencia

Una de las cosas que más te sorprenderá del sitio donde vivimos, y de la manera en que lo hacemos, es que la gente tiene muy poca paciencia.

A mí también me sorprendió, hace un montón de años, cuando me vine a vivir aquí, pero al final acabas atrapado en esta manía y estilo de vida.

Tienes que desplazarte de punta a punta, en el trabajo te exigen el 100% de rendimiento, y cuando llegas a casa tienes mil cosas que hacer para poder vivir de una manera ordenada, y no agobiarte el fin de semana con todo lo pendiente. Y como ves a menudo, no lo conseguimos casi nunca.

Ahora contigo dedicamos el tiempo que sea necesario para hacer las cosas. No sirve de nada correr para darte de comer, para acostarte, para jugar... tú marcas el ritmo. Y lo haces con el único criterio que los demás deberíamos aplicar a nuestras actividades diarias: me apetece hacerlo así.

Cuando volvemos de la guardería y llegamos al comienzo de nuestra calle, te bajo al suelo. Agarrado a mi mano, vamos avanzando despacito calle abajo. Paramos de vez en cuando a mirar un árbol o una hoja en el suelo. A veces tropiezas y hay que levantarte. Ayer tiraste el cuento que te habían regalado porque ya no te apetecía cargar con él más tiempo, eso sí, según pasábamos un paso de cebra y nos esperaban los coches para continuar.

Las cosas llevan el tiempo que llevan, sobretodo si se hacen por gusto y no por obligación. Antes, caminaba por ahí para llegar a casa. Ahora, paseo contigo. Y no hay ninguna prisa.

Papá